Historias de voluntarios

Daniela: "Mi pago era ver la cantidad de registros que podían dar una nueva oportunidad de vida"

Tras recuperarse de una malformación arteriovenosa cerebral, Daniela Albornoz decidió que tenía que ayudar a los pacientes con cáncer de sangre. Se sumó al voluntariado DKMS, donde sus esfuerzos fueron vitales para continuar con los registros en pandemia y la difusión de la campaña de Vicente Soto.

31/03/2022

La vida le ha regalado dos oportunidades a Daniela Albornoz, o al menos así lo quiere considerar a sus 37 años. En el 2016 fue diagnosticada con una malformación arteriovenosa cerebral (MAV) que la tuvo al borde de la muerte.

"Comencé mi tratamiento en la FALP y constantemente veía pacientes con cáncer. Me sentí tan afortunada de lo que tenía, las posibilidades económicas de poder estar ahí y sobrellevar los gastos de mi enfermedad. Todo me hacía pensar que no podía quedarme mirando solo mi mundo, que sería un desperdicio pasar por él sin aportar mi granito de arena", recuerda desde su casa en Osorno.

Fue ahí cuando comenzó a buscar agrupaciones con cáncer a las que se podía sumar, hasta que llegó a las Damas de Café, un voluntariado que desde 1976 ayuda a niños y niñas con cáncer. "Comencé a juntar tapitas y ser el centro de acopio de mi ciudad de las Damas de Café. Después quise ser el centro de acopio de la zona sur y lo logré con ayuda de más voluntarios", reconoce.

Sobre el trabajo con DKMS, señala: "Estaba inscrita, pero nunca le tomé el peso hasta que llegó la pandemia, pensé: '¿Cómo van a seguir tomando registros si esta todo cerrado?'". Esa duda la llevó a contactar a Manuel Peréz del equipo de Campañas y a quien comenzó ayudar con el registro de potenciales donantes de células madre sanguíneas. Todo fue creciendo como una bolita de nieve, hasta que llegó el caso de Vicente Soto, un pequeño de siete años diagnosticado con granulomatosa crónica, una enfermedad que impide el correcto funcionamiento de su sistema inmune.

"Comencé a escribir en Facebook todo lo que pensaba, la gente comenzó a compartir lo que escribía y a solicitar cada vez más información de la Fundación", recuerda. Y agrega: "Me organicé con otras voluntarias y comenzamos a tomar registros a domicilio porque era la única manera de involucrar a mucha gente. Me hacía cierta gracia que me preguntaran por qué hacía todo esto o cuánto me pagaban por registro. Nadie podía entender que lo hacía de manera voluntaria y gratuita, que mi único pago era ver la cantidad de registros que podían dar una nueva oportunidad de vida a alguien, así como la tuve yo quería que más personas la tengan".

Tanto fue el esfuerzo de Daniela que incluso consiguió que Víctor Díaz, también conocido como el Zafrada, hiciera un llamado a registrarse en DKMS. "Mi familia es amiga de su familia, nos conocimos para el terremoto del 2010, y como veía que estaban lentos los registros le pedí a Víctor si podía hacer un video. Fue atómico lo que pasó: tenía más de 100 solicitudes de amistad y mensajes diarios, terminaba de contestar a las cuatro de la mañana, no daba más. Así pasé dos semanas, pero resultó", reconoce.

Alejada de lo que fueron esos intensos meses, reflexiona: "DKMS me ha dado las satisfacciones más lindas, conocer gente maravillosa, pero por sobre todo la capacidad de plenitud que mi vida tanto anheló". Lo dice tranquila, pensando en la compañía que le brinda su familia: su mamá Nelly y su hijo Santino de tres años, con quienes vive en Osorno, y su hermana Silvana que trabaja en Santiago.

"Me encantaría que todas las personas al cumplir los 18 años se registren en DKMS y que sea tan conocida como la Teletón, que se expanda a nivel nacional", dice. Sobre la inspiración para apoyar la labor, acota: "Son muy pocas las fundaciones que te ayudan de manera gratuita y el compromiso que hay con cada paciente que ingresa a la fundación, sin importar la condición socioeconómica, es maravilloso".

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