“Era tan poco lo que se conocía que casi nadie sabía que era una simple transfusión”, recuerda el oncólogo del Hospital Clínico UC e integrante del equipo de la Fundación, Francisco Barriga, en esta nueva columna.
En 1989, cuando la leucemia era una sentencia fatal, ¿cómo podías explicar que había un camino nuevo llamado trasplante de “médula”?
Mi paciente tenía ocho años. Un año antes lo habíamos diagnosticado de leucemia y, en primera instancia, había respondido a la quimioterapia, como lo hacen la mayoría de los niños. Pero nadie la tiene asegurada y su leucemia era muy rebelde: justo a los 12 meses del diagnóstico, volvió a aparecer. La espada que colgaba de la cabeza de sus padres había caído. Se daba el peor escenario.
¿Qué hacer? Primero, controlar nuevamente la enfermedad. Se dice fácil, pero la segunda vez la leucemia es mucho más rebelde que la primera y sólo un poco más de la mitad de los pacientes consigue esa bendita “remisión” que implica exámenes libres de enfermedad. Con dificultad, lo conseguimos.
Ahí comenzó la explicación: trasplante, médula, donante. El niño tenía una hermanita melliza, lo que le daba apenas un 25% de probabilidades de tener un donante. No había nada cercano a DKMS, bancos de células madre de cordón umbilical, nada por el estilo. Era ella o nada. En esta ocasión, fuimos afortunados: eran 100% compatibles, como dos gotas de agua.
En ese momento, se dio la conversación que sería el comienzo de una historia no solo en nuestro hospital, sino en el país: le expliqué a los padres que el trasplante era lo único que podía salvarlo, pero nadie había trasplantado a un niño en Chile y su hijo tendría que ser el primero. No me acuerdo si lo pensaron un segundo o dos: “Hagámoslo”, dijeron y, en su respuesta, sentí el peso de la responsabilidad.
El paciente recibió su quimioterapia preparatoria durante el sofocante diciembre santiaguino. Especialistas, enfermeras y auxiliares del servicio de pediatría de la Universidad Católica estaban listos, curiosos y entusiasmados por lo que se venía. La recolección de médula fue planeada en otro hospital, donde ya habían hecho varios trasplantes en adultos, y me facilitaron las instalaciones de todo agrado.
El día del trasplante, la hermana ingresó a pabellón donde, bajo anestesia general, extrajimos medio litro de sangre de su médula ósea del hueso de la cadera. De inmediato, junto a dos alumnos de especialidad, bajamos en taxi con la médula por la Costanera Norte al hospital donde estaba el paciente, quizá saboreando el histórico momento.
En tres horas recibió la transfusión de su hermana, sin tener ninguna reacción. Estaba emocionado, tanto que le conté a un colega −profesor titular de medicina− que habíamos realizado el primer trasplante de médula en un niño en Chile. Muy sorprendido me preguntó si el paciente ya había salido de pabellón. Era tan poco lo que se conocía del trasplante que casi nadie sabía que era una simple transfusión. Creo que muchos pensaban que se trataba de la médula espinal o de una operación increíblemente cruenta que involucraba a la columna.
Esperábamos todo tipo de reacciones y complicaciones. No pasó nada. Las defensas del niño bajaron como se esperaba y, tras 15 días, sus glóbulos blancos comenzaron a aparecer. Me acuerdo del primer día con un recuento que indicaba, inequívocamente, que la médula había “prendido”: 400 glóbulos blancos por mililitro, que hasta ese día eran 0.
No me quedó más que tomar el altavoz del servicio, de esos que usaban antes para llamar a la gente en los hospitales, y anunciar: “Quiero comunicarles que el primer trasplante de médula a un niño chileno aquí en el servicio, está funcionando. Gracias a todos por su compromiso en hacer todo esto posible”. Los que estaban en ese momento salieron al pasillo a aplaudir. Fue un gran momento. Qué gran orgullo para todos.
Quedaba mucho camino por delante, pero el primer apronte ya estaba completado. Al poco andar, confirmamos en un examen muy simple que su sangre era, efectivamente, la de su hermana. Más que nunca, compartían la vida.
La confianza de estos padres y el éxito del procedimiento tuvieron otra consecuencia: el convencimiento de que esto era posible, creer en nosotros. Durante años, él fue el símbolo visible de esa realidad.
*La anterior es una de las distintas historias incluidas en el primer libro del doctor Francisco Barriga “Sobre hombros de gigantes”, publicado por Ediciones UC y disponible en librerías.